sábado, 10 de septiembre de 2011

Viendo las diferencias desde una nueva perspectiva

Durante la primera mitad del siglo XX, los profesionales de la salud y la pedagogía, de acuerdo a los intereses de sus Estados en aquellos tiempos, clasificaron y separaron a la población entre aquellos que eran educables y empleables de aquellos que no podían ser educados ni empleados laboralmente. El sueño ilustrado de la educación universal se había convertido en la paradoja de un currículo universal, el cual excluía las necesidades particulares tanto de aquellos considerados superdotados como de los denominados infradotados. Estos términos tan abruptos, por cierto, se los debemos a esa época.

En aquel entonces, los primeros psicólogos europeos diseñaron una vara para medirnos a todos: la noción del coeficiente intelectual. El C.I. (o I.Q. por sus siglas en inglés) definió a los infradotados como a aquellos que se encontraban significativamente por debajo del puntaje de la mayoría de la población (70 o menos). Por supuesto, infradotado era un término técnico para una realidad presente desde siempre y con la que la población generalmente no sabía cómo lidiar. En ese aspecto las cosas no habían cambiado mucho incluso en el sistema de bienestar social de los sociedades europeas democráticas de principios del siglo XX. Bastaba conque un muchacho o una chica fuera clasificado como infradotado para que fuera separado de la escuela, si acaso su familia no había evitado mandarlo a la escuela desde un principio y por su propio bienestar. El estado se justificaba diciendo que hacía lo mejor que podía para satisfacer las necesidades del mayor número posible de educandos y la sociedad se justificaba asumiendo un papel paternalista. Sin embargo, ni las excusas ni la compasión le devuelven a una personas las oportunidades que pierde cuando no recibe una adecuada educación. Esta situación no cambiaría en los países desarrollados sino hasta después de la segunda guerra mundial. Ahora bien, este cambio, el que trae consigo una noción inclusiva de educación, no se desarrolló sino por un cambio de mentalidad en los Estados y en las sociedades de estos países.

El paso de una concepción de las discapacidades de un grupo importante de la población como retardo, incapacidad e inempleabilidad a una concepción de la condición cognitiva especial de estas personas, así como de su necesidad de una educación calibrada para el desarrollo de  sus potencialidades específicas, ha sido (porque aún no concluye) un proceso reciente y ganado desde múltiples frentes: desde políticas públicas, iniciativas privadas (tanto pedagógicas como laborales) y a través de toda clase de investigaciones multidisciplinarias. Un avance social que no se entendería sin el esfuerzo de muchos colectivos, conformados tanto de sus familiares como de estas mismas personas, que a través de instituciones educativas, grupos de apoyo, campañas ya sea de sensibilización o intervención o meramente informativas, a veces con el apoyo del Estado a veces sin él, han cambiado no solo nuestra visión de su condición sino sobre todo las condiciones tangibles, políticas y sociales relacionadas a su calidad de vida. 


Estas palabras, sin embargo, no deberían darnos la falsa sensación de estar disfrutando de una mañana clara luego de una larga tormenta... sobre todo en nuestro país. Hace poco más de un mes, por ejemplo, una persona con ceguera postuló al puesto de operador telefónico en un call center de la ciudad de Lima. Este ciudadano había estudiado en un instituto para ser operador telefónico, un trabajo para el cual su discapacidad visual no significaba realmente un problema. Lamentablemente, al momento de pasar a dar su entrevista laboral, cayó en manos del que debe ser uno de nuestros más ineptos colegas. Este psicólogo evaluó su perfil psicológico, como al resto de los entrevistados, dándole una hoja... para que dibujara. Dado que este chico era ciego, no pudo dibujar; y el psicólogo determinó que, no habiendo rendido la prueba, no pasaría la entrevista. En su lugar, habría entrado otra persona que no tenía la formación técnica que él sí tenía. 

En este caso, la discapacidad visual de ese chico no afectaba el nivel de su inteligencia, pero ¿qué sucede en el caso de las personas con habilidades diferentes a las que antes se excluía del mundo laboral denominándolos infradotados?, ¿sabemos cuál es su potencial para apoyarlos envés de darles más problemas?, ¿sabemos qué necesidades educativas tienen y cómo se diferencian de las del resto?, ¿sabemos por qué son así y qué tan diferentes pueden ser incluso entre ellos mismos?, ¿o somos una versión atenuada de aquel colega que mencionamos? Dada nuestra capacidad intelectual aparentemente no tendríamos ninguna limitación para enfrentar estas cuestiones, si tan solo tuviéramos la información adecuada, la atención precisa y la voluntad necesaria para pensar los mismos problemas pero desde una nueva perspectiva.

Saludos,

Raúl.

PD: Les dejo un vídeo sobre una campaña anterior que buscaba promover una nueva ley general de las personas con discapacidad y que hubiera incluido a las personas con un diagnóstico clínico de retraso mental. Su lema era: ¡discapacidad no es incapacidad!

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