domingo, 2 de octubre de 2011

"Quiero Mi Dinero De Vuelta", la ejemplar historia de John Scott Holman.


Foto de la página de Facebook de JSH


A la delicada edad de quince años vi a mi primer psicólogo. Se trataba de un hombre severo y bastante mayor, quien olía a libro de segunda mano. Su extensa y tiesa barba tenía manchas grises y blancas, como si el contenido de un cenicero hubiera sido vertido sobre ella; esta se extendía hasta abajo de su pecho, pero se perdía de vista tras el borde de su enorme escritorio de roble.  Me pregunté si su barba llegaría hasta sus zapatos, por lo que me incliné hacia adelante, esperando poder echar un vistazo revelador.  
        Dígame, joven, –dijo, sobresaltándome. –porque está usted aquí –.
        ¿Usted se lava la barba? –, le pregunté.
        ¿Perdón?
        Luce como Charles Darwin –.
Se inclinó hacia atrás y me miró fijamente, algo perturbado, como si yo fuera una mosca que él hubiera descubierto nadando en su café.
        Tu familia está preocupada por tu conducta. Pienso que…
        ¡Lo felicito, señor –le interrumpí –el mundo está experimentando una escasez de vello facial realmente magnífico; usted ha conseguido la mejor barba que haya visto en todo este año!, ¿sabe usted quién más tenía una barba magnífica? Sigmund Freud. ¿Acaso es usted un psicólogo freudiano?
        Joven, tratemos de no desviarnos del tema.
        Por supuesto, las barbas… ¡nadie podría retar a la barba de Tolstoi!, ¡ese tipo sí que tenía barba!
        ¡joven! – bramó entonces, mirándome fijamente otra vez.
        Ajá…  joven –murmuré –solo porque no puedo dejarme crecer una enorme barba…
El psicólogo cogió un bloc de notas de su escritorio y empezó a garabatear distraídamente.
        Me temo –dijo –que usted tiene un serio caso de trastorno de bipolaridad.
        ¿Ah? Pero, ¿cómo lo sabe?, ¡solo he estado aquí por cinco minutos!
        Créame: yo he estado aquí ya mucho tiempo.
        Pero… nunca he tenido un episodio maníaco y el DSM-IV claramente establece que…
        ¡Usted, querido muchacho, es un presuntuoso! – dijo humeando el psicólogo, con su vena azul y gorda temblando en su frente.   
        Ok, tranquilidad… soy bipolar. Lo que usted diga… Beethoven era bipolar. Sin embargo, creo que él no tenía barba…
Desde que tengo uso de razón, la gente ha estado tratando de explicar de alguna manera mi comportamiento. Otros padres les decían a mi mamá y a mi papá que lo que a mí me faltaba era más disciplina evidentemente. Los profesores, por su lado, se negaban a enseñarme a menos que fuera prescrito con la suficiente dosis de Ritalín como para mantener a los Rolling Stones de gira por otros cien años. Los pastores, que no se quedaban atrás, creían que yo estaba poseído y se preparaban para limpiar mi vómito de los bancos cuando llegaba trotando al servicio dominical.
Hiperactivo, precoz y poco más que extraño, yo era realmente una pesadilla. ¿Serpientes, caracoles y colas de cachorritos?* (compuestos de los que están hechos todos los niños según una historia popular) En ese caso mi mamá hubiera sido afortunada. Alguien debió haber llenado mi acervo genético con pixie sticks (un dulce de Nestlé), Happy Meals (las famosas cajitas felices de McDonalds), mountain dew (un refresco de PepsiCo) y una Enciclopedia Británica.
        Hay algo raro en él –debió sollozar mi madre. – ¡Él es alérgico a la gente! No podrá quedarse quieto, no escuchará, siempre se está haciendo daño ¡y es más inteligente que toda mi promoción junta!
Trataba a los otros niños como figuras de acción agrandadas, ordenándoles qué hacer. Era la  versión infantil de un cineasta como Cecil B. DeMille dirigiendo una obra épica en el jardín de infantes.
        ¡Vamos, Tina, di esa línea de Nuevo y esta vez dila con emoción!, ¡deja a tu muñeca Polly y explica la motivación profunda de tu personaje!
Eventualmente mis compañeros desarrollaron sus propios intereses y yo fui dejado a la deriva en el patio, pensando en los cazadores de fantasmas, los Power Rangers… y la motivación existencial en la literatura rusa.
 “La última obsesión de Scotty” fue una frase que se usó regularmente para describir al más actual de mis intereses abarcadores. A los doce años, había olvidado más información recogida al azar de lo que la mayoría de la gente aprenderá en la universidad. Mis obsesiones gradualmente se volvieron cada vez menos y también menos apropiadas para mi edad a la par que mi atención se estrechaba. Barbitúricos descontinuados y combinaciones de anfetamina usados como antidepresivos en los años cincuenta y sesenta; susurros sadomasoquistas en la cinematografía de Joseph Von Sternberg; y el impacto de la sinestesia en la literatura de Vladimir Nabokov; por mencionar solo alguna de ellas.  
Yo no estaba interesado en las chicas ni en los chicos, para tal caso. Mis padres me compraron un auto Mustang cuando cumplí dieciséis años, del que tuve que pasar de largo luego de intentar manejarlo tres veces. Me pongo las mismas pocas prendas día tras día. Fui diagnosticado con Trastorno por déficit atencional con hiperactividad, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de personalidad limítrofe, trastorno de depresión mayor y, por su puesto, bipolaridad.
En realidad, yo era emocionalmente volátil, pero esto se veía mucho más acentuado por el constante caos que hundía a mi familia. Mi padre jugaba en la liga mayor de Baseball de los Seattle Mariners, por lo que estuvo ausente la mayor parte de mi infancia. Como resultado de su carrera, mi familia se mudó docenas de veces antes de que yo tuviera diez años. Cuando tenía doce años, mi hermano de ocho cayó 10 metros desde un remontador de ski. Por si eso no fuera poco, la imagen de resonancia magnética, que se le hizo a partir de su accidente, reveló un tumor en su cerebro. Le tuvieron que practicar una cirugía de alto riesgo para removerlo. Mi hermana adoptada, por otro lado, fue diagnosticada con leucemia a los tres años de edad. Y a mi padre tuvieron que practicarle una operación a corazón abierto para componer la fuga de su válvula mitral.
Aunque me cansaba de visitar hospitales una y otra vez, usualmente me ponía contento cuando encontraba una esquina tranquila en la sala de espera donde podía estudiar el Neorrealismo Italiano.
-          Scott, tu hermana se está muriendo. ¡A nadie le importa Federico Fellini en este momento!
Los psiquiatras me inflaron de cada neuroléptico en su manual (Adderall y Celexa, medicaciones de las que me estoy beneficiando enormemente hoy en día, no me las recetaron porque son contraindicadas en casos de trastorno bipolar). Yo era tan incoherente como… Mel Gibson en la Hora Feliz; experimenté horrorosos efectos secundarios que me condujeron a un intento de suicidio.
Mi hermana murió cuando tenía diez años, después de luchar contra la leucemia por siete años. Yo estaba sosteniendo su mano cuando ella murió. Estaba harto de vivir, convencido de que yo mismo no era más que un desperdicio de oxígeno en un mundo cruel y carente de sentido.
Caí en drogas y de una forma dramática, jugando a una ruleta rusa intravenosa con cada pastilla y polvo a los que podía ponerles mis manos encima. Podía despertarme en el frío piso de mi baño maldiciendo mi indestructibilidad porque, al fin y al cabo, seguía vivo.
Pasé un tiempo en hospitales mentales y en centros de rehabilitación. Afortunadamente, mi obsesión con las drogas solo duró un tiempo, como todas mis obsesiones. Perdí el interés en ellas y seguí mi camino.
A los 24 años, mi enamorada sugirió que yo podría tener el síndrome de Asperger.
-          ¿Ah?
-          Scott –me dijo –puedes recitar todas y cada una de las líneas del guión de Cabaret, aunque la última vez que la viste fue cuando tenías trece años. Y acabas de enumerar en orden alfabético todas las benzodiacepinas en circulación en el mercado, aparentemente lo hiciste para divertirme.
-          ¿Y qué hay con eso?
-          Eres un diccionario andante, pero no puedes recordar tu propia dirección. No solo no puedes manejar, tampoco puedes hacerte una idea de cuál de los tres carros aparcados en tu estacionamiento es el mío. Creo que deberías ver a un doctor.
-          Los he visto he todos.
-          Scott…
-          Ok, ok… espera, ¿soy autista? Quiero que me devuelvan mi dinero…
¿Cómo pude vivir un cuarto de siglo sin ser diagnosticado apropiadamente? Soy autista -duh!
Descubrir mi autismo ha sido una bendición. Nunca olvidaré las emociones sobrecogedoras que me embargaron cuando leí por primera vez sobre el síndrome de Asperger en el DSM-IV. ¡No estoy dañado, no soy malo, solo soy autista y eso es especial! Habiendo sido diagnosticado formalmente, he llegado a comprender y aceptarme a mí mismo por la persona tan extraordinaria que soy. En solo unos meses, me he convertido en un escritor autista prolífico, con una columna que aparece esta semana en wrongplanet.net, un contrato potencial con una compañía publicitaria, traducciones para mis artículos en hebreo, reuniones para hablar en público y la oportunidad de viajar a San Francisco para ayudar a Alex Plank y su equipo a filmar un documental sobre Hacking Autism (una tecnología diseñada para darle voz a las personas autismo).
¡Qué alguien me pellizque!
Incluso cuando ya me había dado por vencido, Dios aún tenía un plan para mí. Ahora tengo la oportunidad de usar mis dones para crear consciencia de los trastornos del espectro autista. Si compartiendo mis experiencias evito que otros autistas tengan que atravesar el sufrimiento de una vida sin diagnóstico, mis luchas entonces no habrán sido en vano.
Mi diagnóstico ha sido mi reivindicación y mi inspiración. Quiero gritar a los cuatro vientos: ¡Soy Autista!
Mejor tarde que nunca.
Aunque, en serio, quiero mi dinero de vuelta…


3 comentarios:

  1. que linda entrada: "No estoy dañado, no soy malo, solo soy autista y eso es especial!". es incrible cómo una nueva mirada puede cambiarle totalmente el sentido a la vida de una persona, cómo puede impactar en que esta se sienta importante, útil y valiosa. Una gran leccion para saber que a pesar de tener experiencias negativas, es posible resignificar la propia existencia.

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  2. Bonita historia para comprender que lo importante no es buscar los problemas que pueda presentar una persona, sino buscar los potenciales que tiene y que le permiterán desarrollarse.

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  3. Son madre de un chico que fue diagnosticado a los 3 años de edad. Desde ese entonces, y despues de unas lagrimas por no entender lo que pasaba, nos enfocamos en asegurarnos de que ese chico fuera feliz y respetado. Empezando por nosotros, sus padres, hermanos y familia. Rodrigo, así se llama y tiene ahora 15 años, es un extraordinario muchacho; de buenos sentimientos, dedicado y muy humano. El sabe de su condición de Autista y la entiende cada vez más. Nunca ha tomado medicamentos, creo que no los necesita, solo requiere de tolerancia, respeto y mucho amor y por supuesto, un poco mas de tiempo para hacer ciertas cosas. Ha sido apoyado con mucha terapia y en las escuelas que ha estado ha sido comprendido, la mayor parte del tiempo. Me siento muy orgullosa de él y no lo cambiaría por nadie. Me llamo Olivia Galvan.

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